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Independiente jugó muy mal ante Huracán. No tuvo ideas, perdió el mediocampo desde el primer minuto, y la única chance clara definió mal Silvera, sobre la hora. El campeonato parece escaparse.

Puede parecer exagerado pero cuando a los 15 minutos del primer tiempo el mediocampo de Independiente era desbordado por un esbozo de juego por parte de Huracán, Piatti estaba errático, Gracián no aparecía y tampoco se juntaban las líneas, se veía que la noche pintaba mal.

Con el resultado puesto, la cosa era un presagio de lo que finalmente pasó. Y para ser justos, el pobrísimo empate en Parque de los Patricios debería ser un premio para un equipo que jugó muy lejos de uno que pretende ser campeón.

El Globo, que venía de ser goleado por San Lorenzo, no es ninguna maravilla, y lo demostró en las poquísimas ocasiones en las que su defensa fue apurada, o en la falta de tino de sus atacantes. Pero el Rojo se empecinó en las pelotas llovidas, los centros sin destino -o mejor dicho, a las manos del arquero rival- y tener un sólo atacante o a veces ninguno de tres cuartos de cancha hacia adelante. Aquí es donde debemos repasar que justamente Huracán no arrinconó al conjunto de Gallego, entonces por qué se jugó tan lejos del arco es la pregunta que flotaba en las colmadísimas tribunas del Ducó, donde el Rojo volvió a ser local.

Puede suponerse que hubo alguna orden de Gallego de protegerse más, aunque los nombres puestos en cancha evidencien una voluntad de atacar al rival. También habrá que esperar una autocrítica de algunos jugadores a quienes les faltó, en un partido decisivo, la sangre necesaria para ir a buscar la victoria.

El Cuqui, solitario Quijote a la deriva, se perdió a poco del final la única clara que tuvo el Rojo en todo el partido. El más pibe, Julián Velázquez, con solvencia y prestancia en la marca, fue lo mejor de Independiente, que quizás esta noche empezó a despedirse del Clausura.

Emiliano Penelas

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